La historia de Ibrahim

Permítanme presentarme: me llamo Ibrahim. Tengo el honor de llevar el nombre del estimado padre de la fe, el Profeta Ibrahim. Originario de Siria, ahora vivo fuera de mi patria debido al conflicto y la guerra que asolan mi amado país. Quiero compartir un sueño que he experimentado recientemente y deseo sinceramente compartirlo con ustedes.

Experimenté un sueño profundo y espiritual que llenó mi corazón de asombro y maravilla. En las profundidades de mi sueño, me vi transportado a un lugar más allá del tiempo y el espacio, donde la realidad se fundía con lo etéreo. Allí contemplé la presencia de Sayidna Isa (Su paz sea con nosotros), sentado en un resplandeciente trono blanco.

Al contemplarle, mis ojos quedaron cautivados por la radiante luz que envolvía Su ser, emanando de cada poro. Su rostro, adornado con una belleza indescriptible, brillaba con un resplandor divino que trascendía cualquier descripción terrenal. En Su presencia, sentí una profunda sensación de paz y amor, como si todas las preocupaciones y cargas del mundo se hubieran desvanecido.

Rodeando a Sayidna Isa (Su paz sea con nosotros) estaban innumerables ángeles, sus formas celestiales resplandecientes en su devoción. Se inclinaban ante Él en adoración y entonaban himnos de alabanza con voces que resonaban en los cielos. Las melodías se elevaban por el aire, armonizando con el alegre coro de gentes de todas las naciones y razas que se habían reunido ante el trono.

En esta asamblea celestial, fui testigo de un entramado de diversidad, en el que individuos de todos los rincones del mundo estaban unidos en su adoración. No importaba el color de su piel ni el idioma que hablaran, pues sus corazones latían al unísono en devoción a la presencia divina que tenían ante ellos. La atmósfera estaba impregnada de una desbordante sensación de alegría, mientras lágrimas de gratitud y júbilo fluían libremente de los ojos de quienes contemplaban a Sayidna Isa (Su paz sea con nosotros).

Entonces, una voz suave me llamó desde el centro de la reunión. Era una voz llena de amor y compasión que me invitaba a unirme al coro celestial. Invadido por la alegría, me vi obligado a dar un paso al frente, con el corazón desbordante por el deseo de expresar mi reverencia y adoración al ser divino sentado en el trono.

Al acercarme, mis sentidos se vieron envueltos por la luz divina que irradiaba Sayidna Isa (Su paz sea con nosotros). En Su presencia, sentí una profunda sensación de pertenencia y propósito, como si todos los fragmentos de mi existencia se hubieran convertido en una única y armoniosa melodía. El coro celestial me recibió con los brazos abiertos y uní mi voz a la suya, cantando alabanzas a Aquel que nos había otorgado esta inefable experiencia de unidad y amor divino.

En ese momento, me di cuenta de que este sueño era algo más que un sueño celestial. Era un atisbo de la verdad eterna que yace más allá del reino físico, una verdad que se hace eco de las enseñanzas de las Escrituras y de la sabiduría espiritual transmitida a lo largo de los siglos. Era un recordatorio de que, independientemente de nuestros orígenes o creencias, todos estamos interconectados, unidos por un vínculo universal de amor y devoción a un poder superior.

Cuando el sueño empezó a desvanecerse y se acercaba el amanecer de un nuevo día, llevé conmigo el recuerdo de aquella reunión celestial. Se convirtió en un ejemplo de esperanza, que me recordaba que, en medio de los retos y las pruebas de la vida, existe una realidad mayor, una realidad en la que el amor reina supremo y todas las almas encuentran consuelo en el asidero de lo divino. Y así, con una fe renovada y un corazón lleno de gratitud, emprendí mi viaje, cambiado para siempre por el profundo encuentro espiritual que había presenciado en mi sueño.

Más artículos
Versículos Coránicos que muestran que la Torá es Verdadera en el tiempo de Isa Al-Masih
Español